Publicado: 7 de Abril de 2016


Soy madre de una hija maravillosa y además psicóloga, pero ni soy la madre perfecta ni mi hija es perfecta. Movida por mi intuición me decidí a especializarme cada vez más en algo tan fundamental como es la inteligencia emocional, intentar dar lo mejor de mí en la educación emocional de mi hija y mis pacientes es muy importante.

¿Qué es la inteligencia emocional? ¿Qué podemos hacer los padres y madres para favorecer el desarrollo de la inteligencia emocional?

Las emociones nos acompañan día a día, el saber reconocerlas, comprenderlas y gestionarlas, es imprescindibles para que nuestros hijos se desenvuelvan en la sociedad de una forma más eficiente.

Los niños, desde muy pequeñitos, aprenden a leer las emociones de los demás y a ser empáticos, es decir,” a ponerse en los zapatos de los demás”. No entienden esas emociones ni saben expresarlas pero sienten empatía cuando alguien reacciona y siente de determinada manera. Decodificar las emociones de las personas que nos rodean es una de las herramientas más importantes del desarrollo emocional, esto nos permite ser compasivos, respetar, comprender a los demás, no juzgarles y ayudarles.

Un bebé durante sus primeros meses de vida es muy sensible y receptivo a las emociones de los demás, sobre todo a las de la mamá. Seguramente has notado que cuando una mamá se siente ansiosa porque no puede calmar a su bebé, la mayor parte de las veces lo que ocurre es que el bebé se siente igual de ansioso y le cuesta más trabajo calmarse; o habrás notado que cuando una mamá está feliz y contenta, su bebé se siente tranquilo. Esto es lo que se conoce como empatía y regulación emocional, si trasmitimos tranquilidad, es más probable que nuestro hijo se calme pero si por el contrario trasmitimos estrés, generalmente nuestro bebé se estresará.

Sobre los cuatro meses, es cuando los peques empiezan a reconocer y distinguir ciertas emociones como la tristeza y felicidad. A partir del año se genera una empatía en los bebés que pueden sentir en carne propia las emociones de sus padres. Nuestros hijos a estas edades adaptan sus propias emociones a las de los adultos.

A partir de los dos años, es la edad ideal para iniciar a los niños en el reconocimiento de las emociones básicas: La alegría, tristeza, miedo y rabia se empieza a reconocer, aunque no siempre aciertan, en la cara de los adultos las expresiones faciales de estas emociones. A través del dibujo, podemos hacerles preguntas del tipo: “¿Qué le pasa al niño?” “¿Por qué crees que se siente triste?”. Esta es una forma genial para que aprendan a reconocer sus emociones y las de los demás, al mismo tiempo que vamos fomentando su empatía.

Para desarrollar la empatía es necesario razonar con ellos/as continuamente mediante preguntas: ¿Cómo crees que se siente tu amigo después de haberle mordido?, ¿Por qué crees que está llorando tu prima?

A partir de los 5 años los niños ya deberían de saber reconocer las emociones de forma habitual: ” Estoy tiste porque me has gritado y no me gusta que lo hagas”, “estoy contento porque mañana nos vamos a la playa”.

No es raro que los niños se vean desbordados muchas veces por sus emociones, la frustración en forma de rabieta es un ejemplo que todos conocemos . Es muy importante que los padres no reforcemos estas situaciones. Una vez finalizado el enfado, podemos enseñarles que antes de gritar o pegar, es mejor expresar en voz alta lo que les molesta. Enseñarles a expresar sus sentimientos desde pequeños les ayudará a relacionarse mejor con el mundo que les rodea.

A partir de los 9 años surgirán las emociones secundarias como son la ansiedad, el amor, la vergüenza, el orgullo, la culpa… Nuestros hijos deben sentirse seguros ante estas nuevas emociones, habrá situaciones que les causen mucha ansiedad como por ejemplo un examen , y deben aprender a gestionarlas.

Hablar con nuestros hijos, preguntarles como se encuentran, razonar con ellos, es algo muy importante en su educación. Debemos favorecer el que puedan expresarse, permitir que den su opinión, que pongan encima de la mesa sus sentimientos y preocupaciones. Debemos acostumbrar a nuestros hijos al sentido del humor, a ser optimistas y a tener expectativas de éxito.

El desarrollo de la inteligencia emocional supone una oportunidad única para educar a nuestros hijos para que aprendan a ser felices y tengan mayor éxito tanto en la escuela como en su vida privada. Ayudar a los niños a desarrollar habilidades sociales y emocionales afectará de manera positiva a su salud y bienestar a largo plazo.

Educar, no es repetir las mismas cosas. Educar es enseñarles a soñar, a probar, a crear, a luchar y a creer en ellos mismos.